Hola

Empecé este diario cuando me movía entre asociaciones de vendedores de prensa, quiosqueros -yo era uno de ellos- y asociaciones que trataban de unificar ese sector tan atomizado y echado a perder. Cuando la crisis y otras circunstancias municipales me obligaron a cerrar mi negocio, decidí mantener el blog para ir dejando aquí mis impresiones, no solo acerca de aquello, sino del mundo que me rodea.

Siempre hay cosas que decir, siempre hay algo por lo que luchar...

Aclaraciones

A veces parece que tengo cierta fijación con La Voz y no es eso; pero cuando los problemas vienen siempre del mismo sitio a uno no le queda más remedio que revolverse aunque sepa que no le va a servir de gran cosa. La diferencia de fuerzas es notable, ellos son una gran empresa con grandes medios económicos y yo un simple autónomo empujado a hacer malabares para darle de comer a la familia hasta fin de mes.

Quiero hacer unas aclaraciones acerca de mi anterior entrada en este diario, en la que comentaba el aparente reparto gratuito de periódicos a la puerta de algún colegio cercano. Al parecer algún responsable de La Voz se ha sentido molesto –señal de que nos leen, lo cual me alegra sobremanera- y me ha enviado un recado con algunas aclaraciones. Me dicen que esos periódicos que yo he visto a la puerta del colegio el domingo –día en que el colegio está cerrado-, no quedan a la puerta sino que los repartidores los dejan dentro de la verja; que algún madrugador se dedica a saltarla y sacarlos fuera; y que esos periódicos no son de reparto gratuito, son promociones pagadas por el Banco Pastor y no están allí para el público.

Dicho lo cual también hay que aclarar que obviamente yo no tengo por qué conocer las relaciones comerciales entre La Voz y sus clientes, ni saber quién paga esas promociones ni comprender cual es la razón de dejar tanta prensa en un colegio que está cerrado un domingo. Me atengo a los hechos, y los hechos son que esa prensa, sea por la razón que sea, acaba en la calle al alcance de todo el mundo y perjudicando gravemente a los puntos de venta de la zona. Hechas las aclaraciones no voy a enredar más; la solución pasa por asegurarse de que esa prensa quede fuera del alcance del público. Cómo lo hagan no me importa.

Viento en popa a toda vela... directos al cuerno.

Si ya los agostos suelen ser malos para el quiosco, este año está siendo desolador; tanto que me estoy planteando para el próximo cerrar por vacaciones, al menos ahorro luz y tener que pringar haciendo devoluciones todos los lunes.

Javier, que es de esos que compran La Voz, llegó el domingo temprano con un fajo de ellas debajo del brazo.

- ¿Cuántas quieres? Te las vendo a mitad de precio.

Tengo buen sentido del humor, pero cuando se trata de mis lentejas la cosa cambia. No están las cosas para bromear. Mi cara era un poema, lo que me faltaba era ver a los clientes ofreciéndome a mí la mercancía.

- ¿De dónde coño has sacado todo eso, has atracado a la competencia?

- No. Están en la calle, a la puerta del colegio ese que hay un poco más arriba. Los que quieras y gratis, ya he estado repartiéndolos en el bar y todavía me quedan estos.

Dejé a mi mujer en el quiosco y salí disparado, aquello tenía que verlo con mis propios ojos. En efecto, a la puerta del colegio había una columna de periódicos de La Voz de Galicia. Le pregunté a una chica que, sentada en el escalón, leía uno de ellos.

- Buenos días, ¿Se pueden coger estos periódicos?

- Sí, claro. Los dejan aquí cada dos domingos, viene mucha gente a buscarlos, son gratis.

No sé si soy idiota o es La Voz de Galicia la que me quiere hacer tonto vendiéndome unos periódicos que luego regala a escasos metros de mi quiosco. Ya con más calma, porque en aquel momento lo que me apetecía era plantarle fuego al quiosco, lo comenté con otro compañero que tiene su punto de venta al otro lado de la ciudad. ¿Pero te enteras ahora? A mí me lo llevan haciendo mucho tiempo y los domingos no vendo una Voz ni por casualidad.

A grandes males, grandes remedios. Habrá que usar sus mismas armas. Quizá me acerque muy temprano por ese colegio el próximo domingo y las haga desaparecer todas.

La cartoná (Quiosquero dixit)

El final del verano -cantaba el Dúo Dinámico- llegó, no hay mejor indicador de ello que la llegada al quiosco de los primeros coleccionables de la temporada. La cartoná, como la llama Quiosquero, al que por cierto quiero saludar desde aquí y dar ánimos, aunque me da la impresión de ser de esa gente cuyo optimismo le lleva a superar cualquier obstáculo. Ahora que es un veinticuatro válvulas igual lo vemos en Valencia superando a Alonso. Cosa que tampoco es muy difícil, todo sea dicho.

Los coleccionables, esa invasión del espacio vital del quiosquero. ¿Qué hemos hecho, Señor, para que nos mandes estos sufrimientos? Empiezan despacio, como avisando, dos, tres colecciones que caen ya esta semana. Los vamos colocando en las alturas, encima de las estanterías o en el suelo. Agosto ha dejado el quiosco vacío y esos primeros cartones van cubriendo huecos. La semana que viene llegará la siguiente oleada, serán más y más grandes, muchos en segunda, tercera o cuarta edición. Y en septiembre, de golpe y porrazo, las distribuidoras haciendo dos repartos, nos caerán cientos de libros, casas de muñecas, submarinos de bolsillo o ese construya su propio dinosaurio que nadie ha terminado jamás.

Es entonces cuando el quiosco se convierte en un caos; el cliente o los cartones, no hay sitio para los dos en este pueblo, forastero. El que tenga trastienda los dejará allí en sus cajas; otros acabarán en el maletero del coche, o arrinconados por las esquinas, no todo el mundo tiene espacio para guardarlos. Al final resulta que hacer los cartones tan grandes es contraproducente porque no hay sitio para exponerlos y acaban escondidos y fuera de la vista del cliente. Tanto esfuerzo no habrá servido para nada.

Paciencia y Tranquimazim, hermanos. Viene la cartoná.