Hola

Empecé este diario cuando me movía entre asociaciones de vendedores de prensa, quiosqueros -yo era uno de ellos- y asociaciones que trataban de unificar ese sector tan atomizado y echado a perder. Cuando la crisis y otras circunstancias municipales me obligaron a cerrar mi negocio, decidí mantener el blog para ir dejando aquí mis impresiones, no solo acerca de aquello, sino del mundo que me rodea.

Siempre hay cosas que decir, siempre hay algo por lo que luchar...

La mujer del faraón

Don Camilo José Cela, que era un genio, defendía que la humanidad se divide en dos grandes grupos, amigos e hijos de puta. Don Camilo ponía la frase en boca de un supuesto, quizá real, amigo de su padre, llamado don Habacuc del Cura y de la Puente, pero yo creo que se la inventó el. A mí tal afirmación me parece tan cierta que la he convertido en mi frase de cabecera y la repito siempre que puedo aunque no venga a cuento.

Cela decía muchas cosas, casi todas acertadas y escribía con un estilo suave y cantarín, como gallego, con un léxico muy cercano, adjetivando con exactitud relojera y expresándose con una claridad rayana en la iluminación. A mí me gustaría escribir como don Camilo y trato siempre de no meterme en frases complicadas ni en palabras rebuscadas y barrocas y de respetar las normas y costumbres de nuestro idioma, que es como se le mantiene sano y descontaminado.

Ahora no me acuerdo a qué venía empezar este articulillo mentando a don Habacuc, a lo mejor a nada, se me ocurrió mientras comprobaba facturas y cuadraba devoluciones, pero no tendrá nada que ver. Dicho está y ahí queda para regocijo de unos y estoy seguro que indignación de otros; no hacen falta más explicaciones y a buen entendedor, pocas palabras.

Lo del estilo viene porque cada vez que me asomo a un periódico me veo en la atea obligación de santiguarme ante la ignorancia gramática –de la literaria ni hablamos- de esa horda de pseudoperiodistas que con total impunidad llenan la prensa con frases ambiguas, atentados contra la semántica y repetidas violaciones de una ortografía nunca tan despreciada como ahora. Antes, cuando yo era joven, a los ignorantes les daba vergüenza serlo, ahora la gente se enorgullece de ello, yo no sé a dónde vamos a llegar. El bueno de don Fernando Lázaro Carreter luchó toda su vida contra ello sin grandes resultados, el pobre se murió sin dejar de oír y leer que tal equipo había ganado “de dos” o que un jugador “era duda” para el partido del domingo. Los redactores, que no todos son periodistas, y sobre todos ellos los de deportes, atropellan el idioma una y otra vez sin la mínima consideración, sin el interés que lleva a uno a informarse antes de hablar y, lo que es peor, sin ánimo ni intención de rectificar cuando se les llama la atención y se les explican las cosas.

Con tales mimbres uno entiende que la prensa, que ha de ser información y cultura, haya dejado de interesar a unos lectores que no ven en ella más que, por un lado, analfabetismo y por el otro manipulación, esta última llevada a su fin mediante la tergiversación del idioma; en esto tienen mucha culpa los políticos, la tienen casi toda, que se inventan términos imposibles o significados nuevos a palabras y verbos que jamás los han tenido; los periodistas solo siguen la línea marcada y copian e imitan a sus mayores, que son los que les dicen por dónde deben marcar pensamiento y hacer apostolado.

Poco a poco los periódicos españoles se han convertido en algo parecido a aquel panfletillo de antaño llamado Hoja del Lunes, o mejor en una Hoja Parroquial, tanto por su contenido sectario y adoctrinador, azote de conciencias y de voluntades, como por su tamaño y grosor, quizá debería decir delgadez; ahora un ejemplar de domingo de cualquier cabecera tiene la mitad de hojas que uno semanal de hace diez o quince años. El pueblo, que no es tonto del todo, se sabe engañado y prefiere ver las noticias en la televisión, que es gratis y puede cambiar de canal cuando ve que el plumero político del que está sintonizando se sale demasiado de madre. Con las cosas así, ni la lectura electrónica ni la prensa por internet tienen visos de llegar demasiado lejos pasada la novedad del invento. El papel se muere por sí solo, por incompetencia propia y por salirse de su campo, que como decía es la información, y los lectores perdidos no los recupera ni la modernidad del e-book, que aquí se debe llamar libro electrónico porque para eso tenemos un precioso idioma que no necesita neologismos extranjeros, ni la inmediata facilidad de internet.

Nosotros, como quiosqueros, no deberíamos de preocuparnos de estas cosas; como lectores sí, pero ese es otro cantar. Lo nuestro es vender y la calidad, extensión y contenidos del periódico deben ser responsabilidad del editor, que es el primer interesado en que su producto sea el mejor y tenga aceptación y una buena difusión. A mí me parece que todo el mundo del periodismo se ha ido prostituyendo de tal manera, entre subvenciones interesadas, ayudas inmerecidas, cazos políticos e intereses ajenos a la información, que ya es imposible, por lo menos a corto plazo, que vuelva al redil y que la prensa sea prensa y deje de ser una tienda de chinos o una tómbola de feria.

Y nosotros a lo nuestro, que es no dejar que el fracaso de la prensa nos arrastre; si ésta se muere, sobre todo si se muere víctima de su propia estulticia e inutilidad para sobrevivir, no podemos enterrarnos con ella, como la virtuosa mujer del faraón. Los quiosqueros somos muy dados al lamento y a echar la culpa siempre a los demás, pero tenemos la mala costumbre de miramos muy poco al espejo, que es algo muy sano y muy higiénico. Si lo hiciéramos más a menudo dejaríamos de preocuparnos por la prensa y empezaríamos a pensar en nosotros mismos, buscando alternativas que nos permitan subsistir, reinventando el quiosco, que es lo que haría cualquier otro comerciante cuando un proveedor le falla o un producto no tiene salida; se busca otro y aquí paz y después gloria.