Hola

Empecé este diario cuando me movía entre asociaciones de vendedores de prensa, quiosqueros -yo era uno de ellos- y asociaciones que trataban de unificar ese sector tan atomizado y echado a perder. Cuando la crisis y otras circunstancias municipales me obligaron a cerrar mi negocio, decidí mantener el blog para ir dejando aquí mis impresiones, no solo acerca de aquello, sino del mundo que me rodea.

Siempre hay cosas que decir, siempre hay algo por lo que luchar...

Desayuno con maderos

Es domingo y suena el telefonillo del portal a las seis y media de la mañana. Estoy a pie, desayunando, porque dentro de media hora abro el quiosco, así que me asomo al balcón a ver quién es el idiota que anda molestando a estas horas intempestivas. Hay un tipo, borracho como una cuba, apoyado en la puerta y tocando los timbres. Alguien le abre, que ya hay que echarle huevos a esas horas, y al ceder la puerta el tipo cae al suelo quedando inmóvil con medio cuerpo fuera y medio dentro del portal.

Llamo a la Policía Local y les aviso: Miren que hay un hombre tirado en el portal, no sé si está bien o mal, desde aquí solo le veo las piernas. Vale, ya nos pasamos por ahí. Acabo de desayunar, me visto y a las siete bajo a abrir el quiosco, pero ya no hay nadie en el portal. Hay un cliente esperándome que me dice que había un borracho durmiendo en el suelo pero que acaba de irse dando tumbos calle abajo.

A las siete y media, hacía una hora de mi llamada, aparecen dos motoristas. Desde la puerta del quiosco me preguntan si fui yo el que llamó. Sí, pero el borracho se fue hace media hora. Vale, tronco, parece pensar. Y se largan.

Y yo me quedo pensando que menos mal que solo estaba borracho, que si llega a ser otra cosa más grave y la policía tarda una hora en aparecer, se encuentran un fiambre en el portal.

La ocasión la pintan calva


Señores, esto se hunde.

Desde la natural caída de ventas de agosto estoy que no levanto cabeza. Lo del verano es habitual; no hay colecciones, muchas revistas publican un solo número para dos meses y la gente está más pendiente de la playa y las vacaciones que de leer la prensa. Agosto es el desierto y hasta se pueden ver las pelusas cruzando el quiosco vacío. Pero septiembre suele ser un mes fructífero. El personal vuelve con los ánimos renovados y el quiosco está inundado de números uno que todo el mundo compra. Pues no. Este año ni números uno ni gaitas, septiembre ha recuperado mínimamente las ventas de prensa habitual y para de contar.

Pasada la euforia de los números uno, que ha sido poca, octubre y noviembre han vuelto a caer en picado casi hasta los números del verano; algo incomprensible que no sé si achacar a la crisis o al acojone general que la simple mención de esa palabra ha obrado en el público. El caso es que las estanterías crían telarañas y un alto porcentaje de las revistas vuelven en devolución sin haberse vendido ni un ejemplar.

La crisis, sea real o hipocondríaca, está convirtiéndose en el remate de toda una serie de problemas que vienen acuciando al quiosco desde hace mucho tiempo. Los portes, arbitrarios y disparatados, que se llevan el beneficio de los trescientos o cuatrocientos -en el mejor de los casos- primeros periódicos vendidos, la competencia de supermercados y otros establecimientos no dedicados a la venta de prensa, los gratuitos, las promociones cada vez más extendidas de dos revistas al precio de una, las ediciones “mini” a precios también mini, la captación de clientes por parte de las editoriales saltándose el punto de venta y ofreciendo mejores condiciones que las que tenemos nosotros...

Pero por suerte no somos los únicos que le estamos viendo las orejas al lobo. Las grandes editoriales que han vivido siempre de espaldas al punto de venta los tienen también de corbata y, acordándose de santa Bárbara, empiezan a llamar tímidamente a nuestra puerta en busca de soluciones conjuntas. Es una oportunidad que no debemos desperdiciar tejiendo parches; como mínimo habría que consensuar una nueva Ley del Vendedor que sirviera como base para construir un futuro más halagüeño para todos.

La ocasión la pintan calva. No la dejemos escapar.