El final del verano -cantaba el Dúo Dinámico- llegó, no hay mejor indicador de ello que la llegada al quiosco de los primeros coleccionables de la temporada. La cartoná, como la llama Quiosquero, al que por cierto quiero saludar desde aquí y dar ánimos, aunque me da la impresión de ser de esa gente cuyo optimismo le lleva a superar cualquier obstáculo. Ahora que es un veinticuatro válvulas igual lo vemos en Valencia superando a Alonso. Cosa que tampoco es muy difícil, todo sea dicho.
Los coleccionables, esa invasión del espacio vital del quiosquero. ¿Qué hemos hecho, Señor, para que nos mandes estos sufrimientos? Empiezan despacio, como avisando, dos, tres colecciones que caen ya esta semana. Los vamos colocando en las alturas, encima de las estanterías o en el suelo. Agosto ha dejado el quiosco vacío y esos primeros cartones van cubriendo huecos. La semana que viene llegará la siguiente oleada, serán más y más grandes, muchos en segunda, tercera o cuarta edición. Y en septiembre, de golpe y porrazo, las distribuidoras haciendo dos repartos, nos caerán cientos de libros, casas de muñecas, submarinos de bolsillo o ese construya su propio dinosaurio que nadie ha terminado jamás.
Es entonces cuando el quiosco se convierte en un caos; el cliente o los cartones, no hay sitio para los dos en este pueblo, forastero. El que tenga trastienda los dejará allí en sus cajas; otros acabarán en el maletero del coche, o arrinconados por las esquinas, no todo el mundo tiene espacio para guardarlos. Al final resulta que hacer los cartones tan grandes es contraproducente porque no hay sitio para exponerlos y acaban escondidos y fuera de la vista del cliente. Tanto esfuerzo no habrá servido para nada.
Paciencia y Tranquimazim, hermanos. Viene la cartoná.
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